Es un asco retener a las personas,
o a aquellos humanoides semi-evolucionados que dicen son gente.
Es horrible retenerlos en tu vida, con pánico de la soledad,
de esa que no existe realmente y que tus recuerdos hacen un espejismo, sólo para atormentarte.
Es trágico hacerte dependiente de ellos, y no cuestionar su aporte a tu felicidad,
no darte cuenta que debes expulsarles sin asco de tu cotidaneidad.
Y aunque les expulses de tu diario, no salen de tu mente,
porque el tiempo no se devuelve, menos el que le dedicas a alguien.
Es desagradable retener rencores.
Porque te pudres, te llenas de mierda que brota desde lo más hondo de tu pecho.
Mierda que desde tu corazón brota, anegando tus pulmones, subiendo por las vértebras,
hasta llegar a tu cerebro, que dicta al resto de tu ya invadido cuerpo
a actuar con odios siquiera fundamentados.
Es espantoso retener amores, cariños, afectos.
Se vuelve insoportable cuando esas sensaciones y sentimientos se aferran a ti
como las sangijuelas a todo mamífero...
Pero esto tiene una exepción.
Retener al amor...
Pero al verdadero, al honesto, al perenne.
Retenlo, pero no por la fuerza,
sino por el constante trabajo que fortalece el vínculo.
No le dejes marchar sin dar la pelea,
porque si de veras amas
sabrás diferenciar las vacilaciones débiles e indefensas.
No retengas...
a no ser que sea real amor.
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